Abuso de locura o imaginación, como quieran llamarlo.

A los genios no nos entienden, nos tachan de locos cuando el problema no es nuestra inestabilidad, si no, su poca creatividad.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Llueve.

Llueve. Gotas de lluvia chocan contra una ventana semiabierta, entonces suena una llave intentando acertar en la cerradura de la puerta principal, tras varios intentos consigue abrir, entra titubeando mientras arrastra sus Nikes azul marino por el parqué, dejando pequeñas gotitas a su paso, tanteando en la oscuridad con los brazos pretendiendo evitar los muebles en vano. Él, a duras penas, acaba aterrizando en su sofá nego frío, está empapado, encharcado en lluvia y alcohol, decide levantarse y después de chocar con la mesita del salón, enciende la luz intentando mirar lo que le escueze, los nudillos chorreando sangre por la manga, el pulso se le acelera hasta que recuerda un motivo. Arrastrando los pies irritado por el sonido que preducen al contacto con la madera, llega al baño donde, tras dos intentos,  consigue lavarse las heridas. Se desnuda como buenamente puede de camino a su cuarto, donde se pierde en un chandal talla XL, saca el porro de emergencia para noches como esta y lo prende, perfectamente liado, con un sabor increible, expulsa humo a la vez que piensa, mirando como el techo da vueltas, queriendo llamar a mamá para que lo cuide y se da cuenta de que ya no está ahí, que ya a crecido y se tiene que comportar como un hombre, que no le van a volver a contar cuentos de buenas noches y que las cosas no se solucionan llorandole a mamá y papá, ya no es ese niño de 6 añitos jugando a las chapas debajo del bloque, ni ese crío de 10 siendo libre mientras juega al fútbol, ya se fue hasta ese quinceañero tonteando con las drogas, esta solo, solo frente al mundo, eso le golpea el pecho y lo deja sin respiración durante unos segundos. Da otra calada y así hasta acabarlo, apagándolo en la madera de la cama. Silencio nada más roto por las gotas de lluvia que llaman a la ventana, que le llaman a la vida, silencio nada más roto por un -Buenas noches, Alejandro- que se auto-desea mientras sus párpados se van cerrando hasta un nuevo amanecer.


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